Caso real: Vida pasada & mensajes recibidos
En una de mis últimas sesiones con Pablo, experimentamos la vida pasada de una mujer que vivió marcada por el sufrimiento, el miedo y la soledad. A pesar de su juventud, su vida estaba llena de opresión, y aunque experimentó breves momentos de libertad, sus circunstancias la empujaron a huir, enfrentándose a la vida con un profundo sentimiento de desamparo. Sin embargo, a través de esta experiencia le llegaron mensajes muy profundos que a él le resonaron con gran fuerza.
Se le mostró que el dolor no es algo a temer, sino una fuente de poder si se honra y se enfrenta con valentía .Uno de los principales mensajes a Pablo es que su dolor es su fuerza y que debe honrar su sufrimiento. La mujer de la regresión, se sintió atrapada en su dolor. Sin embargo, la mujer no pudo aprender a integrar ese dolor, mientras que Pablo, a través de la meditación y el autoconocimiento, tiene la oportunidad de transformar su dolor en poder. La clave es no huir del dolor (como la mujer intentó hacerlo), sino aceptarlo y usarlo para crecer, sanar y avanzar. El corsé que la mujer lleva representa esa restricción que siente tanto en el cuerpo como en su vida, un tema que Pablo debe aprender a reconocer y superar. Pablo tiene que aprender que el dolor puede ser un catalizador y no debe rendirse ante él, sino usarlo para su crecimiento personal.
También recibió la poderosa enseñanza de confiar en los demás y aprender a no aislarse, un recordatorio de que la conexión con los otros es clave para superar las dificultades. Como en la vida de la mujer, la clave está en confiar en las fuerzas invisibles que lo acompañan en su camino, y en la sabiduría interna que siempre está allí para guiarlo.
Aquí un relato novelado de la vida recordada:
Estaba lloviendo esa tarde, la lluvia caía sin cesar, empapando la tierra y el aire. La mujer yacía en el suelo, con la sensación de estar completamente sola. El peso de la opresión en su pecho, causado por el corsé que la mantenía aprisionada, dificultaba su respiración. Se sentía atrapada, como si cada gota de lluvia estuviera empujándola más y más hacia el fondo de su desesperación. La ciudad a su alrededor era antigua, con calles de piedra mojadas y casas de barro y madera que se alzaban bajo el cielo gris. Nadie la veía, nadie la ayudaba.
Tras un rato, se levantó lentamente, mirando a su alrededor. Estaba en la casa en la que trabajaba. No era humilde, pero ella sí lo era. Era joven, pero su vida era dura. Trabajaba allí como sirvienta, atendiendo las necesidades de una familia, realizando tareas como limpiar, barrer, fregar. El hombre de la casa no estaba, y su esposa, la señora para la que trabajaba era una figura autoritaria que dominaba la casa, aunque la mayoría de las veces pasaba desapercibida.
Un día, sin embargo, los señores de la casa se fueron de viaje. Por fin, la mujer se quedó sola. La casa quedó vacía de presencias ajenas, y ella, por primera vez, pudo disfrutar de la quietud. Era su oportunidad para husmear en todos los rincones que normalmente le estaban vetados. Abrió puertas cerradas, curioseó en el estudio del hombre, donde los pinceles y las pinturas descansaban sobre la mesa,. Miró sin permiso lo que no podía tocar, sintió una mezcla de curiosidad y temor, y por un momento, se sintió libre.
En su soledad, se permitió hacer lo que no hacía cuando estaban ellos: jugó, bailó, disfrutó de la casa como si fuera suya. Se sintió por fin capaz de respirar, de ser ella misma. A pesar de que sabía que su situación seguía siendo precaria, la libertad que experimentaba en esos momentos, aunque fugaz, le daba una sensación de alivio. Pero esa tranquilidad duró poco.
Poco tiempo después, descubrió que estaba embarazada. La noticia la llenó de miedo y confusión. Su relación con el hombre de la casa había sido un secreto, algo que no debía saberse. Él también lo sabía, pero, al enterarse, le pidió que se fuera, que dejara la casa. La mujer, aterrada, tomó su maleta y decidió huir. Tomó un tren hacia una ciudad lejana, donde nadie la conociera, donde pudiera empezar de nuevo.
La ciudad a la que llegó era fría y lluviosa, igual que la ciudad de donde venía. La gente no la miraba, no la reconocía, pero ella sentía una mezcla de alivio y miedo. No sabía cómo iba a enfrentarse a la vida sola, embarazada y sin apoyo. Pero de alguna manera, la incertidumbre la empujaba a seguir adelante. En sus días solitarios, comenzó a sentirse cada vez más aislada.
Un día, mientras pensaba en todo lo que había pasado, recordó a su madre, que había muerto cuando ella era pequeña. Recordó cómo la había cuidado y la había hecho reír. En un momento de desesperación, decidió saltar desde un puente, pero antes de hacerlo, vio la imagen de su madre, como si estuviera allí, diciéndole que no estaba sola, que siempre la había amado y que debía seguir adelante.
Sin embargo, el dolor y la angustia fueron más fuertes y en su desesperación saltó.
Desde el otro lado, en una dimensión distinta, vio a su madre. La imagen de la mujer que había perdido la cuidaba desde el más allá, recordándole que nunca estuvo realmente sola. Había aprendido que, aunque su vida estuvo llena de miedo, de soledad y de dificultades, siempre hubo una presencia que la acompañó, aunque ella no pudiera verla.